El reciclaje del plástico no es sólo una cuestión de conciencia
medioambiental. Puede ser también un negocio. Y rentable. A la recogida
tradicional de los envases que se depositan en los contenedores
amarillos se ha unido en los últimos años la recuperación selectiva de
tapones. El número de empresas que los recogen para su reciclaje y
manufactura crece constantemente debido a la
rentabilidad del negocio. Pero,
¿por qué tapones? ¿Qué los distingue del resto de envases o productos plásticos?
La clave está en que se trata de
polímeros de mejor calidad,
al tiempo que su toxicidad es menor. Se trata fundamentalmente de
polietilenos y polipropilenos, cuyo reciclado es más sencillo porque son
un producto más uniforme. Pero además, el volumen final de recogida es
menor que en el caso de otros envases de mayor tamaño, por lo que
su manipulación es más sencilla, además de que suelen llegar más limpios y con menos residuos.
Tras su reciclaje se fabrica
granza, una materia prima que sirve para elaborar productos como cajas (para frutas y hortalizas), revestimientos o aislantes.
Más calidad y menos tóxico
Su facilidad de recolección fomenta que haya tanto particulares como
empresas o asociaciones benéficas dedicadas a su recogida para su
posterior venta. La empresa Plásticos Díaz Cabellos S. L., de Alcalá de
Guadaíra, dedica parte de sus esfuerzos a la
compra, reciclaje y venta de tapones.
"Llevamos un año desarrollando esta línea de negocio y ya supone el 20%
del total que genera la compañía", explica su gerente, Alberto Díaz.
Hasta las instalaciones de esta empresa sevillana llegan cada vez más interesados en
vender tapones para recaudar fondos,
aunque reconoce que no es un negocio tan sencillo. "Genera mucho
trabajo a los que los recogen, pero también a nosotros, que tenemos que
someter a los tapones a un
proceso de triturado y lavado para salvar la materia que luego servirá para fabricar otros derivados del plástico", prosigue.
No obstante, pese a lo costoso del proceso, las cuentas salen. Una
empresa como Plásticos Díaz Cabellos compra la tonelada de tapones por
200 euros. Tras su tratamiento, la compañía la vende por 400 euros. El
año pasado compraron
entre 500 y 600 toneladas de estos pequeños tesoros.
Saturación del mercado
Otras empresas
como la malagueña Replasur ofrecen
algo menos, unos 150 euros por tonelada, pero igualmente reciben
multitud de solicitudes, hasta el punto de que han decido ceñirse a
colaborar con
asociaciones benéficas, a las que solicitan un
justificante del destino final de los fondos recaudados, ya que luego les cuesta encontrar interesados en la granza.
Y es que la proliferación de empresas que comercian con polímeros ha provocado
cierta saturación en el mercado.
"Antes era más rentable, porque el plástico que sacábamos tras el
reciclaje tenía más salida, pero ahora cada vez hay más empresas que se
dedican a ello y muchas veces nos encontramos con varias
decenas de toneladas en stock que no se venden y por las que nosotros ya hemos pagado", explica Alberto Díaz, de Plásticos Díaz Cabellos.
La tragedia de Alcalá de Guadaíra
Otro de los factores que ha jugado en contra de esta industria es la
reciente muerte de tres miembros de una misma familia en Alcalá de
Guadaíra, intoxicada por unos tapones que guardaban en un baño de la
casa que habitaban. "Ha sido una tragedia. Ya explicamos a la Policía
que
esta familia traía plásticos a nuestra empresa para reciclar,
pero casi nunca nos vendía tapones y si lo hacían era en cantidades muy
pequeñas", lamenta el gerente de Plásticos Díaz Cabellos, de la que era
proveedor el padre de esta familia y que no se explica de dónde
pudieron sacar los tapones que les costaron la vida. De hecho, otras
empresas similares en la provincia, como Interplasa, en Écija,
han dejado esta línea de negocio tras conocer el drama de la familia alcalareña.
Conviene subrayar que el agente contaminante que envenenó a la familia de Alcalá no está vinculado al tapón en sí mismo, sino
a la sustancia que contenía el envase original y que impregnó los tapones. Se trata del
fosfuro de aluminio,
un plaguicida que, en contacto con el agua o la humedad, se transforma
en un gas muy tóxico llamado fosfina, que provoca la muerte en pocas
horas. El fosfuro de aluminio
no forma parte de los productos que habitualmente se encuentran en una vivienda, de donde sale la mayoría de estos tapones.
En cualquier caso, lo cierto es que estos pequeños plásticos son
una fuente de ingresos para campañas benéficas, como la puesta en marcha por la
Asociación de Tapones Solidarios del Sur,
en colaboración con el Ayuntamiento de Sevilla el año pasado a favor de
Carlos, un niño sevillano de 3 años con síndrome de Dravet, una
enfermedad rara, o
el exitoso caso de Aitana, una niña con una cardiopatía congénita que consiguió los
135.000 euros necesarios para operarse en Boston.