Pequeña gran historia sobre las bragas

Exclusiva de los hombres durante mucho tiempo, la
braga se convirtió en un accesorio femenino hace apenas 50 años. Tras
haber sufrido largo tiempo los inconvenientes del descuido higiénico,
las mujeres pudieron finalmente conquistar el derecho a estar cómodas,
lo que provocó, paralelamente, que los hombres fantasearan con esta
pieza de enorme poder erótico.
En 1981, el francés Etienne Valton, dueño
de una mercería, inventó una braga de algodón corta y considerablemente
ajustada. No sabía entonces que sería el responsable de una verdadera
revolución en el mundo de la vestimenta. Hasta entonces, la braga era un
accesorio grande, poco práctico, de lana y, sobre todo, exclusivo de
los hombres. La historia de la braga se confunde con la del derecho de
las mujeres a estar cómodas.
De la braga masculina a la femenina

Prueba de que la braga fue originalmente
una prenda masculina es la existencia de frases como “es un hombre bien
bragado”, que hace referencia a la valentía, relacionada siempre con lo
que las bragas cubren. Los primeros ejemplares fueron, en verdad,
pantalones ajustados hasta las rodillas, debajo de los cuales no se
llevaba nada. Así, los miembros de ambos sexos debieron contentarse,
hasta el siglo XVIII, con utilizar camisas largas que cubrieran las
partes íntimas (o enaguas bajo los miriñaques en caso de las mujeres
nobles). Por aquel entonces se creía que la ropa interior ajustada era
vulgar y poco higiénica; además, médicos insistían en la importancia de
mantener “aireada” la zona íntima, para evitar contraer enfermedades.
Sólo las señoras mayores, los obreros y los niños llevan ropa interior,
para protegerse del frío.
En el siglo XIX, la moda y las teorías higienistas impusieron a todos
el uso de pantalones cortos debajo de la ropa. Posteriormente, la
necesidad de desempeñar tareas cotidianas cómodamente hizo que éstos
fueran cada vez más ajustados. Fue el señor Valton quien, a comienzos
del siglo XX, fabricó los primeros pantalones cortos y ajustados, muy
semejantes a las actuales bragas. Sin embargo, el invento no impidió que
las mujeres siguieran llevando “bragas” largas hasta la llegada de la
segunda guerra mundial.
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Objeto de todos los deseos

Así pues, no fue hasta los años cincuenta
que la verdadera braga de algodón se popularizó, al igual que los
pantalones, que las mujeres adoptaron encantadas. Las marcas comenzaron a
proponer todo tipo de modelos y tejidos y, en poco tiempo, esta prenda
íntima devino un objeto de seducción. La lencería de encaje, por
ejemplo, reemplazó definitivamente la que usaban las abuelas. En los
años ochenta apareció la tanga y, después, otras versiones de la braga
que han terminado de diversificar el mercado de la ropa interior.
Pese a las modas, que van y vienen, la braguita de algodón sigue
siendo un clásico que, además, estimula la imaginación de los hombres.
Para los más fetichistas se trata de un objeto de deseo más codiciado
que la mujer misma. Son muchos los que las coleccionan y gozan
oliéndolas… Una manía que se asemeja a la misofilia, la atracción por
las cosas o las mujeres sucias. Sin embargo, el amor por las braguitas
se relaciona más frecuentemente con las primeras emociones sexuales, que
tratamos de volver a vivir a lo largo de toda la vida.
En Japón, las braguitas son un objeto de culto e idolatría. Es
posible encontrar en el archipiélago máquinas expendedoras de bragas
sucias… El súmmum de la manía es, no obstante, la colección de prendas
íntimas con rastros de flujo femenino. Semejante atracción ha de
responder al hecho de que durante muchos siglos las mujeres debieron
conquistar su derecho a la comodidad y la higiene. Una batalla que
terminó materializándose en una prenda de algodón de apenas unos
centímetros: ¡la braga!
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